Hombre, don Fernando, lo primero de todo darle las gracias por la aportación del artículo sobre Pollock, que hace algún tiempo ya había leido. Fue en un ejemplar del Investigación y Ciencia que encontré en la sala de espera de la consulta de un dentista. Cedí mi turno a la víctima que venía después de mí para poder terminarlo y así tener un asunto interesante con el que ocupar mis neuronas para que transcurriese cuanto antes el mal momento que se suele pasar en uno de esos potros de tortura.
Mi estrategia debió funcionar porque no recuerdo en absoluto qué es lo que hizo el buen dentista sobre mi sonrisa y eso es señal de que apenas fui consciente.
Pero al grano.
El artículo es interesante, qué duda cabe, porque todo lo que sea sacar conclusiones de la aplicación del método científico a la obra de un artista tan interesante como Pollock, va mucho más allá que cualquier otra prueba que sobre su cerebro pudieran hacer en el hospital más puntero.
No es algo que me sorprenda enormemente el hecho de que el Sr Taylor haya deducido que la obra de Pollock tiene estructura de fractal puesto que la pintura gestual trata de conseguir un reflejo pictórico de la mente a través de los gestos o de los movimientos del cuerpo. Y me parece muy lógico además de precioso que nuestra mente (espero que no sea un privilegio exclusivo de la de Jackson Pollock) esté ordenada con leyes que funcionan en otros ámbitos de la naturaleza y también que Pollock, que no todos los artistas gestuales, haya conseguido plasmar en su obra. Bien se ocupaba él de “puentear” su consciencia con algunos litros de alcohol, lo que supongo le facilitaría la tarea.
Es una técnica harto difícil, a mí ni se me pasa por la cabeza intentarlo, me quedaría algo falso puesto que hoy por hoy parece que lo que me pide el cuerpo, y aquí es imprescindible obedecer, es otra cosa muy distinta.
Aspergufio, no se extrañe de que su hijo pinte de manera que pueda recordar a Pollock. No en vano los primeros pintores gestuales son los bebés, aunque su técnica viene condicionada por la limitación de movimientos de su cuerpo, por su desconocimiento de los materiales que utiliza y sobre todo por el rechazo de los padres a que su hijo se ensucie más de la cuenta. Le recomiendo que pinte a esta edad todo lo que sea posible porque dentro de no mucho tiempo perderá esa capacidad de plasmar exclusivamente sus movimientos en estado puro, sin la utilización de la consciencia, que debe de ser sumamente placentera. El pobre Picasso (aunque lo de pobre no sé si se lo merece) pasó una temporada de su vida intentando volver pictóricamente hablando a la tiernísima infancia, y acusaba a su padre de haberle usurpado esa imprescindible época de su vida ya que le puso a pintar del natural a los tres o cuatro años.
Hace cerca de un año me dejaron al cargo de un sobrinito precioso de año y medio, y aprovechando que no estaban sus padres lo puse desnudito sobre una alfombra vieja (y limpia) con una estufa para que no se enfriase y le di pinturas y cartones para que con sus manitas (terminó pintando con todo el niño) disfrutase poniéndolo todo perdido. El crío lo pasó en grande y pintó cartones interesantísimos. Me pregunto por qué desde tan joven tenía una preferencia tan marcada por determinado azul.
Otro tema muy distinto y que levanta mucha polémica es lo que se paga por una obra de arte. Ahí rige la ley de la oferta y la demanda en su más puro estado, y además no está directamente relacionado lo que se paga por una obra con el valor artístico de ésta. Existen por medio multitud de variables que hacen del precio de una obra algo en muchas ocasiones aparentemente absurdo, que no entiende la mayoría de los espectadores por mucho que sean capaces de disfrutar en los museos y salas de exposiciones.
Es mejor no indignarse con ese asunto porque allá cada uno lo que hace con su parné. Otra cosa muy distinta es que se trate de fondos públicos en cuyo caso es obligación de las instituciones hacer que el ciudadano acepte la inversión. Y para ello, nada mejor que no gastar cantidades exorbitantes, se puede adquirir arte a precio moderado, y que las obras sean comprensibles por una mayoría de la gente que lo está pagando. Dependerá, claro está, del nivel de formación artística de la ciudadanía.
Gracias a usted, querida amiga Cristalina, por recordarme a Jackson Pollock y con ello, un viaje a Nueva York del que guardo recuerdos, si no inolvidables -- todo se olvida, y lo primero, los recuerdos inolvidables --, sí muy especiales y muy románticos.
Fue en enero de 1999, lo recuerdo perfectamente, pues hacía mucho frío y caía aguanieve. Entramos en el MoMA y nos encontramos con la que ha sido considerada la mejor retrospectiva de Jackson Pollock (por curiosidad, he buscado en Internet rastros de aquella exposición, y me he encontrado, para mi sorpresa, con este vídeo en el que Charlie Rose entrevista a uno de los responsables o comisarios de dicha célebre retrospectiva. Es largo, pero muy recomendable para cualquier persona interesada en Pollock).
Me quedé tocado por lo que vi. Hasta entonces, mi interés por el llamado Abstract Expressionism había sido meramente intelectual, es decir, algo que había que conocer si uno tenía curiosidad por el arte moderno y contemporáneo y deseaba tener una cierta cultura artística. Puede que parte importante de esa impresión tan grande que me hicieron algunos cuadros de esa exposición se debiera a las circunstancias concretas de esa escapada a Nueva York, pero sea como sea, lo cierto es que mi interés por Pollock fue y ha sido grande desde entonces. Así que cuando leí el artículo de Richard Taylor en Investigación y Ciencia al que usted se ha referido -- sólo que yo no creo que lo leyera en la sala de espera de un dentista como hizo usted. ¡Qué cosas tan raras le pasan, querida amiga!, parece usted una caja de sorpresas -- me interesó mucho, hasta el extremo de proponerle a mi buen amigo Álvaro Delgado-Gal, director de Revista de Libros y uno de mis mentores en cuestiones de pintura moderna y contemporánea, escribir un artículo para su revista, cosa que, finalmente, y no me acuerdo bien por qué, no hice (quizá me asustó el “lío” en el que me iba a meter y temí no saber cómo salir de él).
Además, quizá recuerde usted, por entonces aún coleaba entre cierta intelectualidad patria, la moda de "los fractales", debido al libro de Benoît Mandelbrot, "Los objetos fractales", que muchos compraron, pocos leyeron y, menos aún, entendieron (las páginas de El País, diario siempre adalid de lo más progresista y puesto al día, por ejemplo, se llenaron de referencias pseudo-eruditas a los fractales hasta en artículos sobre la sociología de las elecciones generales). En concreto, en el mundo de la composición musical contemporánea, que yo conocía bastante bien, se produjo una indigestión de fractales que rozó el ridículo más espantoso. Bueno, no sólo lo rozó, sino que produjo horteradas tales como el título que dio Tomás Marco a su tedioso, desabrido y cansino tercer cuarteto para cuerdas: "Anatomía fractal de los ángeles". En verdad, hay que ser hortera con pretensiones para titular así una composición musical.
Claro que mientras dudaba si seguir adelante o no con el mencionado artículo, leí mucho y aprendí bastante. Mi principal interés, y el enfoque que pensé para ese artículo, era la relación entre las matemáticas y la física, por un lado, y el arte, por otro. Pero dentro de un esquema más amplio, que es el de la naturalización de la estética, es decir, buscar las relaciones entre la apreciación del arte y la mente humana (algo para lo que es necesario el recurso a las neurociencias, cosa que hoy día me facilita mucho el ser padre de una estupenda neurocientífica). En suma, inquirir sobre por qué causan esa impresión unas pinturas y no otras. Claro que la cosa es de una complejidad enorme, pues se mezclan sin posibilidad de recurrir a analíticas separadas, cuestiones relacionadas con los neurotransmisores -- la biología del gusto artístico, quizá un subproducto del proceso evolutivo de nuestra especie humana -- de cada uno con determinadas pautas de comportamiento grupal debidas a la cultura en la que estamos inmersos (y a otras circunstancias emocionales y sentimentales muy particulares, como por ejemplo, y como me pasó a mí en Nueva York, la persona que se tiene al lado cuando se contemplan algunas de las que, según los cánones de los expertos, se consideran obras de arte).
Otro enfoque dado a la relación entre la geometría fractal y la pintura de Pollock, el de Richard Taylor y sus colegas, es el de buscar criterios empíricos más o menos verificables para determinar la autenticidad de ciertos cuadros atribuidos a ese pintor, una cuestión de gran interés crematístico, pues no sé si sabrá usted que se han llegado a pagar recientemente 140 millones de dólares por un cuadro de Pollock (a propósito de esto, permítame que le diga que estoy bastante de acuerdo con mucho de lo que usted escribe respecto del mercado del arte contemporáneo. Pero sobre eso podemos debatir en otra ocasión, quizá cuando algún merchante se interese por sus cuadros y se haga usted una pintora muy famosa y muy cotizada, vamos una especie de Frida Kahlo en versión vasca no nacionalista, por supuesto).
Tocante a esta cuestión se ha producido un debate de gran interés entre los que sostienen la posibilidad de recurrir al estudio de la dimensión fractal de la pintura surgida de la técnica del "dripping" (o "pouring") de Pollock como criterio bastante fiable para autentificar cuadros más o menos dudosos y los que rechazan esa posibilidad. Si le interesa, este artículo creo que le puede servir apara ponerse al día sobre algunos detalles técnicos acerca de dicho debate científico y artístico.
En lo que me permito discrepar en parte de usted es en eso que dice de que "no es algo que me sorprenda enormemente el hecho de que el Sr Taylor haya deducido que la obra de Pollock tiene estructura de fractal puesto que la pintura gestual trata de conseguir un reflejo pictórico de la mente a través de los gestos o de los movimientos del cuerpo". La relación entre la pintura de Pollock y la geometría fractal no tiene nada que ver con que la pintura gestual busque o no un reflejo pictórico de la mente, sino del simple y natural hecho de que las mismas leyes de la naturaleza que hacen que estemos rodeados de objetos fractales gobiernan asimismo los resultados del "dripping" y del "pouring" de Pollack (las gotas de pintura, al chocar contra el lienzo puesto en el suelo, dejan manchas con clara geometría fractal). Como ve, se puede establecer así una relación entre naturaleza y arte que explica en parte, en el caso de Pollock, por qué algo aparentemente tan caótico como son algunas de sus pinturas, puede despertar nuestro interés y estimular nuestro sentido del gusto y la apreciación visual.
Vuelvo, para finalizar, a mis recuerdos de aquel frío -- y cálido a la vez -- enero en Nueva York. Con motivo de la retrospectiva de la que le hablé al inicio de este comentario, el MoMA editó un CD que se titulaba Jackson Pollock Jazz , un recopilatorio de la música que escuchaba Pollock mientras pintaba. Se lo regalé a mi compañera de aquel viaje porque, entre las canciones grabadas, había una que me parecía el mejor recuerdo de aquellos inolvidables días de amor que pasamos juntos en Nueva York, los cuales, hasta que leí en el blog de usted, querida amiga Cristalina, el nombre de Pollock, se me había olvidado que los había ya olvidado.
D. Fernando, quien ha traído aquí la conversación sobre Jackson Pollock no he sido yo sino Aspergufio quien además ya había comentado sorprendido e indignado la increible cantidad de pasta que se ha pagado por ese cuadro. Según parece está de viaje y me veo obligada por lo tanto a defender sus méritos. Las cosas como son.
Y no sabe vd los dentistas que nos gastamos en Bilbao. Al que suelo ir cuando toca tiene ese tipo de publicaciones, créame, entre otras, todo hay que decirlo, bastante menos interesantes (perdería la clientela si no). Y eso no es nada comparado con una consulta a la que fui en Rotterdam. La sala de espera no llamaba la atención pero en el momento de pasar a la consulta aquello era un espectáculo de unos ocho o diez dentistas a la vez, todos ellos para el mismo paciente, que a mí me pareció que salían bailando a juzgar por el dinamismo con que se movían (luego mi acompañante me dijo que no había sido así) y por la música a todo volumen tipo cuarenta principales que sonaba. Me quedé sin saber si era un estilo propio de Rotterdam y caso de ser así hasta dónde llegaría ¿quirófanos, salas de partos, velatorios…?
Mi interés por Pollock fue forzado por causas en parte ajenas a mí, pues para aprobar la asignatura de Historia del Arte en la facultad, no recuerdo el curso, entre otros requisitos nos exigían presentar un trabajo trimestral (lo llamaban examen para que la gente se lo tomase en serio). A cada uno nos tocaba una sola pregunta a la que responder de manera muy extensa, y la mía fue “por qué Jackson Pollock nunca pudo hacer el Estandarte de Ur”. Por supuesto no teníamos acceso a internet, sería por el año 88 más o menos.
La verdad es que a Pollock le terminé cogiendo algo de manía no sé si porque le culpaba injustamente a él de lo reiterativa que era la documentación que tenía a mi alcance o porque había otros artistas no tan atormentados que trabajaban en el mismo contexto y me atraían bastante más, sobre todo a esas edades en las que se busca la diversión hasta debajo de las piedras. Me interesaban entonces aquéllos de quienes pudiese sacar algo que aplicar a mi obra, que por cierto no tenía nada que ver con lo que estoy colocando en este blog. Y Pollock no era uno de ellos. Hoy en día considero superada esa etapa y Pollock se ha convertido en un recuerdo de mi época de estudiante de Bellas Artes, con lo que tengo un concepto de él de verdad entrañable.
Ya van dos veces que me relaciona vd con Frida Kahlo. No me parece mal porque ella como persona y como artista me parece bastante atractiva, pero nunca se me había ocurrido que mi obra pudiese tener algo que ver con la de Frida.
Discrepa vd conmigo, D. Fernando:
“La relación entre la pintura de Pollock y la geometría fractal no tiene nada que ver con que la pintura gestual busque o no un reflejo pictórico de la mente, sino del simple y natural hecho de que las mismas leyes de la naturaleza que hacen que estemos rodeados de objetos fractales gobiernan asimismo los resultados del "dripping" y del "pouring" de Pollack (las gotas de pintura, al chocar contra el lienzo puesto en el suelo, dejan manchas con clara geometría fractal”
Bien pero por qué se puede hallar estructura fractal en las de Pollock y no sabemos si en las de algún otro pero desde luego no en las de todos los artistas, aunque utilicen igualmente la técnica de goteo. Entiendo que Pollock se movía de alguna manera especial sobre su lienzo diferente a la de otros artistas. Ese movimiento, sí viene dado por algo íntimo del artista, llámese mente, espíritu, alma, sustancia, esencia o psique. Por lo tanto, en un Pollock, como en cualquier obra de arte que se pueda considerar como tal, hay algo del interior del artista. Si además resulta que la estructura de la obra de éste es fractal a diferencia de otros (ni idea de cuántos) no es desacertado deducir que la mente de Pollock ha contribuido a la fractalidad de su obra.
¿Pudiera ser esta cualidad la que hace que las obras de Pollock resulten atractivas? a saber, porque en primer lugar no lo son para todo el mundo. El mismo Aspergufio parece no disfrutar con ellas y es muy normal encontrar gente que las repudia. Y en segundo lugar cuántas obras de artistas gestuales no son fractales y sin embargo gustan a mucha gente.
Sí que es algo apasionante todo lo relacionado a la percepción visual y los mecanismos que tenemos, unos comunes y otros exclusivos de cada uno para entender la estética y disfrutar o padecer con ella. Hay literatura de ello a espuertas.
Pero en fin, además de maravillarse y sólo hasta cierto punto, no sé qué más se puede deducir de esa teoría. Más de alguno, estos matemáticos que todo lo quieren cuantificar, estará pensando que pudiera servir para tener un criterio ¡por fin mesurable! para evaluar la calidad de determinada categoría de obras de arte. Pues tampoco. Que sigan buscando.
Traigo a este blog dos comentarios de un crítico de arte que escribe en el blog de Arcadi Espada que firma como “El Crítico Constante” y que creo que vienen un poco al hilo de la conversación. Recuerdo que El Crítico Constante se lamentaba un día de cómo muchos de los cuadros por los que hoy en día se pagan auténticas millonadas y que son comprados por especuladores totalmente ignorantes en esto del arte terminan almacenados en una enorme nave de algún horrible polígono industrial a las afueras de cualquier ciudad. Un abrazo y siga enseñándonos sus cuadros.
[293] Publicado por El Crítico Constante | Noviembre 29, 2007 7:17 PM
Leo en la web que el Ministerio de Cultura ha adquirido un auto-retrato de Robert Delaunay para el Reina Sofía por dos millones y pico de euros. Con lo que voy a decir será muy fácil acusarme de filisteo pero la política emprendida hace años por el Estado está muy mal enfocada. España ha llegado tarde a la compra de Arte Moderno. Las grandes obras ya están en las grandes colecciones, y excusen la redundancia. Tanto daría que nos dedicáramos ahora a coleccionar impresionismo. Lo que queda en el mercado es material de segunda, en manos de marchantes que no han conseguido colocarlo o, todavía peor, cuadros en poder de herederos, generalmente de escaso interés. Somos unos perfectos paletos, unos nouveaux riches, y así se nos conoce en el mercado internacional del arte, aunque llegará quien diga que no es cierto y que tal y cual.
[301] Publicado por El Crítico Constante | Noviembre 29, 2007 7:54 PM
Cuando digo que España ha llegado tarde a las compras de Arte Moderno, me refiero obviamente a Arte Moderno internacional. Cierto lo que dice, los museos ya sólo se justifican por el número de visitantes. Esa es la madre del cordero. Algo muy fácil de entender si se tiene en cuenta la evolución de los propios museos a través de sus directores. En un principio los museos eran cosa de artistas y, consecuentemente, se nombraba a artistas como directores. Pasó la época de los directores-artistas y comenzaron los directores-historiadores. Los museos ya no eran cuestión de artistas sino de historiadores, al arte lo sustituía la ciencia (o la pretensión de la misma). Cambió el criterio: la importancia de las obras se hacía relativa en tanto que obras para devenir objetos importantes por la historia. Fue muy revelador cómo las llamadas "obras maestras" cedían espacio reverencial para cohabitar con las demás (véase Las Meninas en El Prado). A los historiadores les han sucedido los gestores (o historiadores con perfil de gestores). Lo que importa ahora es que el museo sea muy visitado, preste y reciba muchos cuadros y celebre exposiciones temporales. Ya no es cuestión de artistas o estudiosos (para eso están los conservadores de oficio) sino de público. Venga público. Algo parecido ha ocurrido con los hospitales, que ya no son cuestión de médicos sino de gestores de la medicina. El estado de cosas en las autonomías es todavía más penoso, como bien dice. Quieren tener todo, como en la capital, aunque sea pequeño (eso lo están corrigiendo muy rápidamente) y no tengan arte que coleccionar. Siempre habrá algo que puedan colgar. Mientras tanto, el arte español del siglo XIX sigue por investigar a fondo, buena parte del mismo está saltando las fronteras desde los salones de los anticuarios y nos falta un gran museo del arte de ese período, aunque habrá quien diga que la ampliación del Prado ya lo es. No hay tal, ahí se albergan -sobre todo- las colecciones de cuadros de Historia, que es sólo una de las partes. Viste mucho comprar un Delaunay, qué duda cabe, o pagar doce millones de pelas por una foto de Alvarez Bravo perfectamente prescindible pero la casa está por barrer y el polvo escondido bajo las alfombras.
Si se fija, Louella, qué bueno que vino por aquí, todo cuadra.
Yo he sostenido en muchas ocasiones la nuevorriquez del español, apañol, diría un buen amigo mío. Pero creo que debe de haber algo más y muy profundamente arraigado para nuestra desgracia cuando esa paletería, que se palpa en tantos aspectos de la vida española desde el modo de vestir hasta el de urbanizar y cuyo paradigma es la falta de apreciación de lo que supone el patrimonio artístico para un país, la llevamos ya desde hace tantos años, la verdad es que desconozco cuántos.
Uno de los pintores Madrazo, Federico creo, director dos veces del Museo del Prado en el s. XIX, se quejaba a su regreso de largas estancias en ciudades europeas como Roma y París de lo triste que a veces resultaba viajar por España por el estado en el que se encontraban joyas artísticas de muchos siglos atrás abandonadas en los desvanes de las iglesias. Utilizaba el término “Galdonia” cuando con amargura hablaba de esta España hortera de la que aún hoy nos quejamos, siendo los “galdones” esos españoles ignorantes y con tantas ínfulas que tanto entonces como hoy, no acierto yo a entender cómo, ocupaban y ocupan puestos muy importantes de la sociedad.
Mientras leía su post, querida Cristalina, me estaba acordando de una anécdota que le ocurrió a un familiar mientras visitaba el prerrománico asturiano. Me contó, aun horrorizado, que después de visitar Sta. María del Naranco, que como sabrá es un palacete de caza que mandó construir Ramiro I en el siglo IX, se dirigió a San Miguel del Lillo, una iglesia construida el mismo año y situada justo en frente del palacio. Al llegar sintió cierto malestar al comprobar que tendría que compartir la visita al monumento con un enorme grupo de personas que descendía de un autobús, pero este malestar no fue nada comparado con lo que sintió al observar estupefacto cómo algunos hombres de la excursión, al bajar del autobús, se dirigieron a uno de los laterales de la iglesia prerrománica, se colocaron en frente de la excepcional pared ramirense y se pusieron a hacer pis mojándola toda. Mi pariente les debió decir de todo pero, según me contó, los hombres sólo veían una simple pared y le miraban alucinados preguntándose qué les gritaba ese loco.
6 comentarios:
Hombre, don Fernando, lo primero de todo darle las gracias por la aportación del artículo sobre Pollock, que hace algún tiempo ya había leido. Fue en un ejemplar del Investigación y Ciencia que encontré en la sala de espera de la consulta de un dentista. Cedí mi turno a la víctima que venía después de mí para poder terminarlo y así tener un asunto interesante con el que ocupar mis neuronas para que transcurriese cuanto antes el mal momento que se suele pasar en uno de esos potros de tortura.
Mi estrategia debió funcionar porque no recuerdo en absoluto qué es lo que hizo el buen dentista sobre mi sonrisa y eso es señal de que apenas fui consciente.
Pero al grano.
El artículo es interesante, qué duda cabe, porque todo lo que sea sacar conclusiones de la aplicación del método científico a la obra de un artista tan interesante como Pollock, va mucho más allá que cualquier otra prueba que sobre su cerebro pudieran hacer en el hospital más puntero.
No es algo que me sorprenda enormemente el hecho de que el Sr Taylor haya deducido que la obra de Pollock tiene estructura de fractal puesto que la pintura gestual trata de conseguir un reflejo pictórico de la mente a través de los gestos o de los movimientos del cuerpo. Y me parece muy lógico además de precioso que nuestra mente (espero que no sea un privilegio exclusivo de la de Jackson Pollock) esté ordenada con leyes que funcionan en otros ámbitos de la naturaleza y también que Pollock, que no todos los artistas gestuales, haya conseguido plasmar en su obra. Bien se ocupaba él de “puentear” su consciencia con algunos litros de alcohol, lo que supongo le facilitaría la tarea.
Es una técnica harto difícil, a mí ni se me pasa por la cabeza intentarlo, me quedaría algo falso puesto que hoy por hoy parece que lo que me pide el cuerpo, y aquí es imprescindible obedecer, es otra cosa muy distinta.
Aspergufio, no se extrañe de que su hijo pinte de manera que pueda recordar a Pollock. No en vano los primeros pintores gestuales son los bebés, aunque su técnica viene condicionada por la limitación de movimientos de su cuerpo, por su desconocimiento de los materiales que utiliza y sobre todo por el rechazo de los padres a que su hijo se ensucie más de la cuenta. Le recomiendo que pinte a esta edad todo lo que sea posible porque dentro de no mucho tiempo perderá esa capacidad de plasmar exclusivamente sus movimientos en estado puro, sin la utilización de la consciencia, que debe de ser sumamente placentera. El pobre Picasso (aunque lo de pobre no sé si se lo merece) pasó una temporada de su vida intentando volver pictóricamente hablando a la tiernísima infancia, y acusaba a su padre de haberle usurpado esa imprescindible época de su vida ya que le puso a pintar del natural a los tres o cuatro años.
Hace cerca de un año me dejaron al cargo de un sobrinito precioso de año y medio, y aprovechando que no estaban sus padres lo puse desnudito sobre una alfombra vieja (y limpia) con una estufa para que no se enfriase y le di pinturas y cartones para que con sus manitas (terminó pintando con todo el niño) disfrutase poniéndolo todo perdido. El crío lo pasó en grande y pintó cartones interesantísimos. Me pregunto por qué desde tan joven tenía una preferencia tan marcada por determinado azul.
Otro tema muy distinto y que levanta mucha polémica es lo que se paga por una obra de arte. Ahí rige la ley de la oferta y la demanda en su más puro estado, y además no está directamente relacionado lo que se paga por una obra con el valor artístico de ésta. Existen por medio multitud de variables que hacen del precio de una obra algo en muchas ocasiones aparentemente absurdo, que no entiende la mayoría de los espectadores por mucho que sean capaces de disfrutar en los museos y salas de exposiciones.
Es mejor no indignarse con ese asunto porque allá cada uno lo que hace con su parné. Otra cosa muy distinta es que se trate de fondos públicos en cuyo caso es obligación de las instituciones hacer que el ciudadano acepte la inversión. Y para ello, nada mejor que no gastar cantidades exorbitantes, se puede adquirir arte a precio moderado, y que las obras sean comprensibles por una mayoría de la gente que lo está pagando. Dependerá, claro está, del nivel de formación artística de la ciudadanía.
Gracias a usted, querida amiga Cristalina, por recordarme a Jackson Pollock y con ello, un viaje a Nueva York del que guardo recuerdos, si no inolvidables -- todo se olvida, y lo primero, los recuerdos inolvidables --, sí muy especiales y muy románticos.
Fue en enero de 1999, lo recuerdo perfectamente, pues hacía mucho frío y caía aguanieve. Entramos en el MoMA y nos encontramos con la que ha sido considerada la mejor retrospectiva de Jackson Pollock (por curiosidad, he buscado en Internet rastros de aquella exposición, y me he encontrado, para mi sorpresa, con este vídeo en el que Charlie Rose entrevista a uno de los responsables o comisarios de dicha célebre retrospectiva. Es largo, pero muy recomendable para cualquier persona interesada en Pollock).
Me quedé tocado por lo que vi. Hasta entonces, mi interés por el llamado Abstract Expressionism había sido meramente intelectual, es decir, algo que había que conocer si uno tenía curiosidad por el arte moderno y contemporáneo y deseaba tener una cierta cultura artística. Puede que parte importante de esa impresión tan grande que me hicieron algunos cuadros de esa exposición se debiera a las circunstancias concretas de esa escapada a Nueva York, pero sea como sea, lo cierto es que mi interés por Pollock fue y ha sido grande desde entonces. Así que cuando leí el artículo de Richard Taylor en Investigación y Ciencia al que usted se ha referido -- sólo que yo no creo que lo leyera en la sala de espera de un dentista como hizo usted. ¡Qué cosas tan raras le pasan, querida amiga!, parece usted una caja de sorpresas -- me interesó mucho, hasta el extremo de proponerle a mi buen amigo Álvaro Delgado-Gal, director de Revista de Libros y uno de mis mentores en cuestiones de pintura moderna y contemporánea, escribir un artículo para su revista, cosa que, finalmente, y no me acuerdo bien por qué, no hice (quizá me asustó el “lío” en el que me iba a meter y temí no saber cómo salir de él).
Además, quizá recuerde usted, por entonces aún coleaba entre cierta intelectualidad patria, la moda de "los fractales", debido al libro de Benoît Mandelbrot, "Los objetos fractales", que muchos compraron, pocos leyeron y, menos aún, entendieron (las páginas de El País, diario siempre adalid de lo más progresista y puesto al día, por ejemplo, se llenaron de referencias pseudo-eruditas a los fractales hasta en artículos sobre la sociología de las elecciones generales). En concreto, en el mundo de la composición musical contemporánea, que yo conocía bastante bien, se produjo una indigestión de fractales que rozó el ridículo más espantoso. Bueno, no sólo lo rozó, sino que produjo horteradas tales como el título que dio Tomás Marco a su tedioso, desabrido y cansino tercer cuarteto para cuerdas: "Anatomía fractal de los ángeles". En verdad, hay que ser hortera con pretensiones para titular así una composición musical.
Claro que mientras dudaba si seguir adelante o no con el mencionado artículo, leí mucho y aprendí bastante. Mi principal interés, y el enfoque que pensé para ese artículo, era la relación entre las matemáticas y la física, por un lado, y el arte, por otro. Pero dentro de un esquema más amplio, que es el de la naturalización de la estética, es decir, buscar las relaciones entre la apreciación del arte y la mente humana (algo para lo que es necesario el recurso a las neurociencias, cosa que hoy día me facilita mucho el ser padre de una estupenda neurocientífica). En suma, inquirir sobre por qué causan esa impresión unas pinturas y no otras. Claro que la cosa es de una complejidad enorme, pues se mezclan sin posibilidad de recurrir a analíticas separadas, cuestiones relacionadas con los neurotransmisores -- la biología del gusto artístico, quizá un subproducto del proceso evolutivo de nuestra especie humana -- de cada uno con determinadas pautas de comportamiento grupal debidas a la cultura en la que estamos inmersos (y a otras circunstancias emocionales y sentimentales muy particulares, como por ejemplo, y como me pasó a mí en Nueva York, la persona que se tiene al lado cuando se contemplan algunas de las que, según los cánones de los expertos, se consideran obras de arte).
Otro enfoque dado a la relación entre la geometría fractal y la pintura de Pollock, el de Richard Taylor y sus colegas, es el de buscar criterios empíricos más o menos verificables para determinar la autenticidad de ciertos cuadros atribuidos a ese pintor, una cuestión de gran interés crematístico, pues no sé si sabrá usted que se han llegado a pagar recientemente
140 millones de dólares por un cuadro de Pollock (a propósito de esto, permítame que le diga que estoy bastante de acuerdo con mucho de lo que usted escribe respecto del mercado del arte contemporáneo. Pero sobre eso podemos debatir en otra ocasión, quizá cuando algún merchante se interese por sus cuadros y se haga usted una pintora muy famosa y muy cotizada, vamos una especie de Frida Kahlo en versión vasca no nacionalista, por supuesto).
Tocante a esta cuestión se ha producido un debate de gran interés entre los que sostienen la posibilidad de recurrir al estudio de la dimensión fractal de la pintura surgida de la técnica del "dripping" (o "pouring") de Pollock como criterio bastante fiable para autentificar cuadros más o menos dudosos y los que rechazan esa posibilidad. Si le interesa, este artículo creo que le puede servir apara ponerse al día sobre algunos detalles técnicos acerca de dicho debate científico y artístico.
En lo que me permito discrepar en parte de usted es en eso que dice de que "no es algo que me sorprenda enormemente el hecho de que el Sr Taylor haya deducido que la obra de Pollock tiene estructura de fractal puesto que la pintura gestual trata de conseguir un reflejo pictórico de la mente a través de los gestos o de los movimientos del cuerpo". La relación entre la pintura de Pollock y la geometría fractal no tiene nada que ver con que la pintura gestual busque o no un reflejo pictórico de la mente, sino del simple y natural hecho de que las mismas leyes de la naturaleza que hacen que estemos rodeados de objetos fractales gobiernan asimismo los resultados del "dripping" y del "pouring" de Pollack (las gotas de pintura, al chocar contra el lienzo puesto en el suelo, dejan manchas con clara geometría fractal). Como ve, se puede establecer así una relación entre naturaleza y arte que explica en parte, en el caso de Pollock, por qué algo aparentemente tan caótico como son algunas de sus pinturas, puede despertar nuestro interés y estimular nuestro sentido del gusto y la apreciación visual.
Vuelvo, para finalizar, a mis recuerdos de aquel frío -- y cálido a la vez -- enero en Nueva York. Con motivo de la retrospectiva de la que le hablé al inicio de este comentario, el MoMA editó un CD que se titulaba Jackson Pollock Jazz , un recopilatorio de la música que escuchaba Pollock mientras pintaba. Se lo regalé a mi compañera de aquel viaje porque, entre las canciones grabadas, había una que me parecía el mejor recuerdo de aquellos inolvidables días de amor que pasamos juntos en Nueva York, los cuales, hasta que leí en el blog de usted, querida amiga Cristalina, el nombre de Pollock, se me había olvidado que los había ya olvidado.
D. Fernando, quien ha traído aquí la conversación sobre Jackson Pollock no he sido yo sino Aspergufio quien además ya había comentado sorprendido e indignado la increible cantidad de pasta que se ha pagado por ese cuadro. Según parece está de viaje y me veo obligada por lo tanto a defender sus méritos. Las cosas como son.
Y no sabe vd los dentistas que nos gastamos en Bilbao. Al que suelo ir cuando toca tiene ese tipo de publicaciones, créame, entre otras, todo hay que decirlo, bastante menos interesantes (perdería la clientela si no). Y eso no es nada comparado con una consulta a la que fui en Rotterdam. La sala de espera no llamaba la atención pero en el momento de pasar a la consulta aquello era un espectáculo de unos ocho o diez dentistas a la vez, todos ellos para el mismo paciente, que a mí me pareció que salían bailando a juzgar por el dinamismo con que se movían (luego mi acompañante me dijo que no había sido así) y por la música a todo volumen tipo cuarenta principales que sonaba. Me quedé sin saber si era un estilo propio de Rotterdam y caso de ser así hasta dónde llegaría ¿quirófanos, salas de partos, velatorios…?
Mi interés por Pollock fue forzado por causas en parte ajenas a mí, pues para aprobar la asignatura de Historia del Arte en la facultad, no recuerdo el curso, entre otros requisitos nos exigían presentar un trabajo trimestral (lo llamaban examen para que la gente se lo tomase en serio). A cada uno nos tocaba una sola pregunta a la que responder de manera muy extensa, y la mía fue “por qué Jackson Pollock nunca pudo hacer el Estandarte de Ur”. Por supuesto no teníamos acceso a internet, sería por el año 88 más o menos.
La verdad es que a Pollock le terminé cogiendo algo de manía no sé si porque le culpaba injustamente a él de lo reiterativa que era la documentación que tenía a mi alcance o porque había otros artistas no tan atormentados que trabajaban en el mismo contexto y me atraían bastante más, sobre todo a esas edades en las que se busca la diversión hasta debajo de las piedras. Me interesaban entonces aquéllos de quienes pudiese sacar algo que aplicar a mi obra, que por cierto no tenía nada que ver con lo que estoy colocando en este blog. Y Pollock no era uno de ellos. Hoy en día considero superada esa etapa y Pollock se ha convertido en un recuerdo de mi época de estudiante de Bellas Artes, con lo que tengo un concepto de él de verdad entrañable.
Ya van dos veces que me relaciona vd con Frida Kahlo. No me parece mal porque ella como persona y como artista me parece bastante atractiva, pero nunca se me había ocurrido que mi obra pudiese tener algo que ver con la de Frida.
Discrepa vd conmigo, D. Fernando:
“La relación entre la pintura de Pollock y la geometría fractal no tiene nada que ver con que la pintura gestual busque o no un reflejo pictórico de la mente, sino del simple y natural hecho de que las mismas leyes de la naturaleza que hacen que estemos rodeados de objetos fractales gobiernan asimismo los resultados del "dripping" y del "pouring" de Pollack (las gotas de pintura, al chocar contra el lienzo puesto en el suelo, dejan manchas con clara geometría fractal”
Bien pero por qué se puede hallar estructura fractal en las de Pollock y no sabemos si en las de algún otro pero desde luego no en las de todos los artistas, aunque utilicen igualmente la técnica de goteo. Entiendo que Pollock se movía de alguna manera especial sobre su lienzo diferente a la de otros artistas. Ese movimiento, sí viene dado por algo íntimo del artista, llámese mente, espíritu, alma, sustancia, esencia o psique. Por lo tanto, en un Pollock, como en cualquier obra de arte que se pueda considerar como tal, hay algo del interior del artista. Si además resulta que la estructura de la obra de éste es fractal a diferencia de otros (ni idea de cuántos) no es desacertado deducir que la mente de Pollock ha contribuido a la fractalidad de su obra.
¿Pudiera ser esta cualidad la que hace que las obras de Pollock resulten atractivas? a saber, porque en primer lugar no lo son para todo el mundo. El mismo Aspergufio parece no disfrutar con ellas y es muy normal encontrar gente que las repudia. Y en segundo lugar cuántas obras de artistas gestuales no son fractales y sin embargo gustan a mucha gente.
Sí que es algo apasionante todo lo relacionado a la percepción visual y los mecanismos que tenemos, unos comunes y otros exclusivos de cada uno para entender la estética y disfrutar o padecer con ella. Hay literatura de ello a espuertas.
Pero en fin, además de maravillarse y sólo hasta cierto punto, no sé qué más se puede deducir de esa teoría. Más de alguno, estos matemáticos que todo lo quieren cuantificar, estará pensando que pudiera servir para tener un criterio ¡por fin mesurable! para evaluar la calidad de determinada categoría de obras de arte. Pues tampoco. Que sigan buscando.
Querida Cristalina:
Traigo a este blog dos comentarios de un crítico de arte que escribe en el blog de Arcadi Espada que firma como “El Crítico Constante” y que creo que vienen un poco al hilo de la conversación.
Recuerdo que El Crítico Constante se lamentaba un día de cómo muchos de los cuadros por los que hoy en día se pagan auténticas millonadas y que son comprados por especuladores totalmente ignorantes en esto del arte terminan almacenados en una enorme nave de algún horrible polígono industrial a las afueras de cualquier ciudad.
Un abrazo y siga enseñándonos sus cuadros.
[293] Publicado por El Crítico Constante | Noviembre 29, 2007 7:17 PM
Leo en la web que el Ministerio de Cultura ha adquirido un auto-retrato de Robert Delaunay para el Reina Sofía por dos millones y pico de euros. Con lo que voy a decir será muy fácil acusarme de filisteo pero la política emprendida hace años por el Estado está muy mal enfocada. España ha llegado tarde a la compra de Arte Moderno. Las grandes obras ya están en las grandes colecciones, y excusen la redundancia. Tanto daría que nos dedicáramos ahora a coleccionar impresionismo. Lo que queda en el mercado es material de segunda, en manos de marchantes que no han conseguido colocarlo o, todavía peor, cuadros en poder de herederos, generalmente de escaso interés.
Somos unos perfectos paletos, unos nouveaux riches, y así se nos conoce en el mercado internacional del arte, aunque llegará quien diga que no es cierto y que tal y cual.
[301] Publicado por El Crítico Constante | Noviembre 29, 2007 7:54 PM
Cuando digo que España ha llegado tarde a las compras de Arte Moderno, me refiero obviamente a Arte Moderno internacional. Cierto lo que dice, los museos ya sólo se justifican por el número de visitantes. Esa es la madre del cordero. Algo muy fácil de entender si se tiene en cuenta la evolución de los propios museos a través de sus directores. En un principio los museos eran cosa de artistas y, consecuentemente, se nombraba a artistas como directores. Pasó la época de los directores-artistas y comenzaron los directores-historiadores. Los museos ya no eran cuestión de artistas sino de historiadores, al arte lo sustituía la ciencia (o la pretensión de la misma). Cambió el criterio: la importancia de las obras se hacía relativa en tanto que obras para devenir objetos importantes por la historia. Fue muy revelador cómo las llamadas "obras maestras" cedían espacio reverencial para cohabitar con las demás (véase Las Meninas en El Prado).
A los historiadores les han sucedido los gestores (o historiadores con perfil de gestores). Lo que importa ahora es que el museo sea muy visitado, preste y reciba muchos cuadros y celebre exposiciones temporales. Ya no es cuestión de artistas o estudiosos (para eso están los conservadores de oficio) sino de público. Venga público.
Algo parecido ha ocurrido con los hospitales, que ya no son cuestión de médicos sino de gestores de la medicina.
El estado de cosas en las autonomías es todavía más penoso, como bien dice. Quieren tener todo, como en la capital, aunque sea pequeño (eso lo están corrigiendo muy rápidamente) y no tengan arte que coleccionar. Siempre habrá algo que puedan colgar.
Mientras tanto, el arte español del siglo XIX sigue por investigar a fondo, buena parte del mismo está saltando las fronteras desde los salones de los anticuarios y nos falta un gran museo del arte de ese período, aunque habrá quien diga que la ampliación del Prado ya lo es. No hay tal, ahí se albergan -sobre todo- las colecciones de cuadros de Historia, que es sólo una de las partes.
Viste mucho comprar un Delaunay, qué duda cabe, o pagar doce millones de pelas por una foto de Alvarez Bravo perfectamente prescindible pero la casa está por barrer y el polvo escondido bajo las alfombras.
Si se fija, Louella, qué bueno que vino por aquí, todo cuadra.
Yo he sostenido en muchas ocasiones la nuevorriquez del español, apañol, diría un buen amigo mío. Pero creo que debe de haber algo más y muy profundamente arraigado para nuestra desgracia cuando esa paletería, que se palpa en tantos aspectos de la vida española desde el modo de vestir hasta el de urbanizar y cuyo paradigma es la falta de apreciación de lo que supone el patrimonio artístico para un país, la llevamos ya desde hace tantos años, la verdad es que desconozco cuántos.
Uno de los pintores Madrazo, Federico creo, director dos veces del Museo del Prado en el s. XIX, se quejaba a su regreso de largas estancias en ciudades europeas como Roma y París de lo triste que a veces resultaba viajar por España por el estado en el que se encontraban joyas artísticas de muchos siglos atrás abandonadas en los desvanes de las iglesias. Utilizaba el término “Galdonia” cuando con amargura hablaba de esta España hortera de la que aún hoy nos quejamos, siendo los “galdones” esos españoles ignorantes y con tantas ínfulas que tanto entonces como hoy, no acierto yo a entender cómo, ocupaban y ocupan puestos muy importantes de la sociedad.
Mientras leía su post, querida Cristalina, me estaba acordando de una anécdota que le ocurrió a un familiar mientras visitaba el prerrománico asturiano. Me contó, aun horrorizado, que después de visitar Sta. María del Naranco, que como sabrá es un palacete de caza que mandó construir Ramiro I en el siglo IX, se dirigió a San Miguel del Lillo, una iglesia construida el mismo año y situada justo en frente del palacio. Al llegar sintió cierto malestar al comprobar que tendría que compartir la visita al monumento con un enorme grupo de personas que descendía de un autobús, pero este malestar no fue nada comparado con lo que sintió al observar estupefacto cómo algunos hombres de la excursión, al bajar del autobús, se dirigieron a uno de los laterales de la iglesia prerrománica, se colocaron en frente de la excepcional pared ramirense y se pusieron a hacer pis mojándola toda.
Mi pariente les debió decir de todo pero, según me contó, los hombres sólo veían una simple pared y le miraban alucinados preguntándose qué les gritaba ese loco.
PD: Galdones. Me ha encantado la palabra.
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